domingo, 7 de noviembre de 2010

DESIDERATA


Desiderata

Camina plácidamente entre el ruido y la prisa,y observa la paz que se puede encontrar en el silencio,mientras te sea posible.

Procura estar en paz con todos,expón tu parecer en forma reposada y clara,y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante,que él también tiene algo para contarte.

Evita a las personas ruidosas y agresivas,que son una vejación para el espíritu.

Si te comparas con los demás puedes volverte petulante o amargado,porque hay siempre quien es inferior o superior.

Interésate siempre por lo que haces,por muy humilde que sea tu tarea siempre perdurará aunque las circunstancias cambien.

Sé precavido en tus negocios, porque el mundo está lleno de engaños,pero que la precaución no te impida ver donde está la virtud,porque hay personas que luchan por alcanzar grandes ideales y toda vida está llena de heroísmo.

Sé sincero, en especial no finjas el afecto y no seas cínico en el amor,porque a fin de cuenta la aridez y el desencanto son tan perennes como la hierba.

Toma con resignación el consejo de los años,abandonando con donaire las cosas de la juventud,y no te preocupes por temores imaginarios,pues muchos de ellos son producto de la fatiga y la soledad.

Por encima de toda disciplina sé benigno contigo mismo, tú eres una criatura del universo, no inferior a las plantas y a los planetas.

Tienes derecho a existir, y lo entiendas o no, el universo marcha como debiera,por lo tanto procura estar en paz con Dios,cualquiera sea la forma en que lo vieras.

Y cualquiera que sean tus obras y aspiraciones en la ruidosa confusión de la vida,procura estar en paz contigo mismo,porque con todo desequilibrio, con toda maldad,es sin embargo un mundo hermoso.

Ten cuidado, esfuérzate por ser feliz.

domingo, 18 de octubre de 2009


Ghandi y el azúcar



Una mujer fue junto con su hijo a ver a Gandhi. Gandhi le preguntó que quería y la mujer le pidió que consiguiese que su hijo dejase de comer azúcar. Gandhi le contestó: traiga usted otra vez a su hijo dentro de dos semanas. Dos semanas más tarde la mujer volvió con su hijo. Gandhi se volvió y le dijo al niño: “deja de comer azúcar”. La mujer muy sorprendida le preguntó: ¿por qué tuve que esperar dos semanas para qué usted le dijese eso? ¿Acaso no podía habérselo dicho hace quince días? Gandhi contestó: no, porque hace dos semanas yo comía azúcar.


Tomado de:
http://galeon.hispavista.com/aprenderaaprender/actitudes/actghandi.htm

domingo, 11 de octubre de 2009

martes, 6 de octubre de 2009



Mario Benedetti
Esa boca
Su entusiasmo por el circo se venía arrastrando desde tiempo atrás. Dos meses, quizá. Pero cuando siete años son toda la vida y aún se ve el mundo de los mayores como una muchedumbre a través de un vidrio esmerilado, entonces dos meses representan un largo, insondable proceso. Sus hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban minuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las contorsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañeros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspavientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo que Carlos no sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al circo porque el padre entendía que era muy impresionable y podía conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los trapecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le iba siendo más dificil soportar su curiosidad. Entonces preparó la frase y en el momento oportuno se la dijo al padre: “¿No habría forma de que yo pudiese ir alguna vez al circo?” A los siete años, toda frase larga resulta simpática y el padre se vio obligado primero a sonreír, luego a explicarse: “No quiero que veas a los trapecistas.” En cuanto oyó esto, Carlos se sintió verdaderamente a salvo, porque él no tenía interés en los trapecistas. “¿Y si me fuera cuando empieza ese número?” “Bueno”, contestó el padre, “así, sí”. La madre compró dos entradas y lo llevó el sábado de noche. Apareció una mujer de malla roja que hacía equilibrio sobre un caballo blanco. Él esperaba a los payasos. Aplaudieron. Después salieron unos monos que andaban en bicicleta, pero él esperaba a los payasos. Otra vez aplaudieron y apareció un malabarista. Carlos miraba con los ojos muy abiertos, pero de pronto se encontró bostezando. Aplaudieron de nuevo y salieron —ahora sí— los payasos. Su interés llegó a la máxima tensión. Eran cuatro, dos de ellos enanos. Uno de los grandes hizo una cabriola, de aquellas que imitaba su hermano mayor. Un enano se le metió entre las piernas y el payaso grande le pegó sonoramente en el trasero. Casi todos los espectadores se reían y algunos muchachitos empezaban a festejar el chiste mímico antes aún de que el payaso emprendiera su gesto. Los dos enanos se trenzaron en la milésima versión de una pelea absurda, mientras el menos cómico de los otros dos los alentaba para que se pegasen. Entonces el segundo payaso grande, que era sin lugar a dudas el más cómico, se acercó a la baranda que limitaba la pista, y Carlos lo vio junto a él, tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo la risa pintada y fija del payaso. Por un instante el pobre diablo vio aquella carita asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y saltos finales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos. Y como después venían los trapecistas, de acuerdo a lo convenidó la madre lo tomó de un brazo y salieron a la calle. Ahora sí había visto el circo, como sus hermanos y los compañeros del colegio. Sentía el pecho vacío y no le importaba qué iba a decir mañana. Serían las once de la noche, pero la madre sospechaba algo y lo introdujo en la zona de luz de una vidriera. Le pasó despacio, como si no lo creyera, una mano por los ojos, y después le preguntó si estaba llorando. Él no dijo nada. “¿Es por los trapecistas? ¿Tenías ganas de verlos?” Ya era demasiado. A él no le interesaban los trapecistas. Sólo para destruir el malentendido, explicó que lloraba porque los payasos no le hacían reír.(1955)